Cellar Door

Thursday, August 09, 2007

¿Recuerdas?

Fuiste generoso. Tu boca pronunciaba aquellas palabras, aquellas palabras que nunca habían flotado y explotado y calado contra mi alma en todos los eones tristes que caminábamos por la Tierra, separados; aquellas palabras que la gente desgasta, que se vuelven marrones de puro sobadas y rezuman melancolía y cotidianeidad, como los tapetes del sofá de los que nadie se acuerda, o como la melodía de un telediario sin noticias. O como yo misma cuando tengo un día corriente, de los que adora tener la gente corriente, recorriendo pasillos encerados de gris para no llegar a ninguna parte.
Y sí, increíble, inexplicablemente, tu mirada continuaba el caminito brillante y etéreo que había trazado la onda de aquellas inmensas, frágiles y -según se mire- incomprensibles palabras, mientras buceabas en la sombra de mis pestañas y las arrugas de mis párpados (te dije que tenía arrugas y no me creíste, ¿te acuerdas?) y lo que debías pensar que era mi cuerpo iluminado por la radio de la macchina, pero que en realidad era un conjunto de moléculas luchando por mantenerse en estado sólido. ¿No oías como luchaban por derretirse?
Me observaste con aquel puntito verde que se reflejaba a veces -sólo a veces, como la radiación de un cometa, o como el murmullo de una cigarra herida, yo qué sé- en tu pupila, abriendo los ojos, así, grandes, mientras recorrías con la yema de tus dedos el pequeño nervio que se me forma en la mano izquierda cuando estoy tensa y que parece el único punto de anclaje en mi mano escurridiza.
Y es entonces cuando me di cuenta de que debía contestarte con las mismas palabras, porque lo pedía mi garganta, mi cuello, mi cuerpo entero, y los nudos invisibles que lo rellenaban con grillos y hormigas que cosquilleaban, nerviosas. Sabes que lo queremos decir, lo sabes. Just do it. Just-do-it!
Y así lo dije, y tú lo repetiste, y yo lo repetí de nuevo como el muñeco de palo de una fábrica de títeres con el corazón de brasa, en un oscuro recodo del río, mientras la luna (siempre la luna observa a los amantes, ¿no es así?) asomaba el pico de mármol por entre las nubes, con la severidad del titiritero que va a lanzar a la hoguera a sus muñecos. Lánzame, le imploré. Lánzame, no me importa el fuego. Lánzame aunque luego el fuego me siga, traicionero, susurrándome con su quejido de hojas por qué me he quedado sola.


Comunque, te dije lo más importante. Y tantas cosas me quedaron por decir.

Tuesday, June 05, 2007

Caga luego: ahora tengo que ir a la ópera (II)



Segundo acto. Nápoles y Pompeya (I)



Nápoles. Una plaza sucia, en obras, con la estatua del famoso Garibaldi erguida mirando al cielo entre los cascotes de yeso. Con calles y más calles reventando de coches que pasan gimiendo entre las rayas del paso cebra, borradas como huellas antediluvianas. Con callejuelas donde anidan las culebras camorristas (mis órdenes: no adentrarse si eres una chica, y menos si eres despistada, y si eres joven, peor, y si vas sola, oh, entonces ni preguntes lo que te puede pasar; peor la camorra que la mafia, sin duda). Con soles repetidos en cada esquina, en cada sombra ardiente; con árboles chiquititos pero verdes, verdaderos supervivientes entre el humo de los innumerables coches.

Continuamos andando después de nuestro pedazo de tortilla de patatas. El polvo y el vapor de agua se levantan hacia el cielo caliente. La gente sonríe con frecuencia y parece más joven, menos apesumbrada que en Roma. Y los pneumáticos rechinan en torno a ellos; el sol les envuelve con su manta de calor, inclemente. Ellos deben llevar un sombrero invisible, por lo que parece, pero yo no ceso de entornar los ojos.

Cada centímetro de las calles se encuentra cubierto por un vehículo velocísimo, que parece comerse la amplitud de la calzada, tal y como la lechuza se come y luego regurgita al ratón: rápido, rápido, rápido. La gente que camina por las aceras, sin embargo, es distinta: son jóvenes, guapos, viejos, ricos o pobres, pero da igual: caminan con suavidad, ritmo, ligereza. Casi parece un mundo paralelo: la civilización fea y contrahecha en medio de la calzada; los espíritus del primate salvaje y puro, por las aceras. Sonriéndose unos a los otros.

Al final de la vía Umberto I, también cubierta por motores, se encuentra el Castel del'Uovo, imponente al lado del mar. Aquí también hay obras, vapores, polvo y barro; trabajadores sudados que te miran remotamente entre pedazo y pedazo de panini. El castillo, en cambio, muestra su piedra y su mármol pulido, desnudo; hasta parece fresco. Una marca de catapulta rompe la límpida fachada lateral.

El interior no tiene demasiado que ofrecer. Algunos pintores de la Edad Media, no demasiado importantes ni buenos, por lo que se puede deducir de los pocos frescos expuestos, ocupan la pequeña sala del primer piso. En otra habitación, alguna exposición de arte moderno pintada por la gente del barrio, bastante infumable en general. La Sala de los Barones, donde los napolitanos, hartos del dominio del rey Fernando de Aragón, hicieron una conjura para derrocarlo.

Hagamos un pequeño inciso: es un hecho que el resto de Italia dice que los napolitanos son raros. Estuvieron bajo el dominio español durante varios siglos, y así se constata en su lengua, el napolitano ( io tengo, en vez de io ho, como debería ser según el italiano estándar, por ejemplo), así que no debe extrañar que lo sean. Hasta jugaban a subirse a los monumentos, como hacemos nosotros cuando el Barça gana la Champions, o cuando el Madrid gana la Liga, o cuando el Madrid no gana, o cuando el Barça debería haber ganado pero no llegó, o cuando nos emborrachamos (sobre todo cuando nos emborrachamos) o cuando nos sale de lo que comúnmente se llama cojones. Lo extraño es que no hayan descubierto aún el calimocho, pero el día en que lo descubran... tiembla, Pocholo. Dejo inciso.

Lo más destacable de Nápoles es, sin duda, el Museo Arqueológico Nacional, el más importante de toda Italia según la guía. La mayoría de frescos, pinturas y mosaicos que se extrajeron de ese negativo en lava que es Pompeya se conservan aquí. Algunos son obras de arte(¿sanía?) incomparables; te dejan como te debe de dejar ver los detalles del pistilo de una flor a 10000 aumentos: tantas piezas diminutas tan concienzudamente encajadas marean. Cada piedrecita podría ser la neurona del cerebro de nuestra alemana favorita, chiquitita y sola, perdida en medio de un mar de grisáceo cemento. Los frescos son también de gran calidad, con predominancia del rojo sangre. Pompeya debió tener el aspecto de un gran incendio antes de quemarse de verdad a causa de la lava. En cuanto a nosotras, no pudimos visitar los de la Villa de los Misterios, al igual que nos quedamos sin ver Herculano. Me faltan piernas, brazos y fuerza para verlo todo.

Pero lo mejor del museo, sin duda, fue la habitación prohibida: multitud de penes voladores dentro de otros penes con pequeñas patas en forma de... (sí, qué listos sois) te dan la bienvenida con sus poderes mágicos para favorecer la fertilidad; príapos a cual más dotado decoran las paredes, frescos del lupanare o burdel de Pompeya (con poca imaginación, todo hay que decirlo), documentos de autorización para entrar con las firmas de los morbosos del siglo XVII y estupendos falos decorativos para poner en el quicio de la puerta. Después de estar caminando durante más de veinte minutos, no está nada mal. En la leyenda indicaban que, hasta descubrir este tipo de bagatelas, se pensaban que los romanos poseían una moral intachable. Los Papas se las daban de inocentones; en comparación con las perversiones que llevaron a cabo a lo largo de los siglos, el lupanare de Pompeya es un capítulo de Candy, candy.

Y después de nuestra instructiva inmersión en la Roma del siglo III, vuelta a la estación, tan rápido como las renqueantes máquinas, para llegar a nuestro albergue de juventud, allá lejos, en Pompeya; a tiempo para la cena, o eso pretendíamos. Ésta consistiría en una impresionante pizza napolitana, por supuesto.



Continuará...

Tuesday, May 29, 2007

Preparadas para una fiesta Erasmus



De izquierda a derecha: Vika, mi compañera de cuarto (lituana); Eva, mi compañera de clase en el curso intensivo de italiano que hice en febrero (y una gran freak del Señor de los Anillos), holandesa, y Sea, española.

¡Preparadas pa la fiesta, claro que sí! No nos preguntéis en qué idioma nos entendíamos: decir inglés sería presuponer mucho XDD

Caga luego: ahora tengo que ir a la ópera (I)

Como La Traviata, de Giuseppe Verdi, dividiré esta entrada en tres actos con sus tres correspondientes subtítulos. El primero y más corto consistirá en un planteamiento de la situación y en una explicación, breve pero necesaria, de semejante título bizarro. El segundo se asimila, de toa la vida, al nudo de la narración, y como la nuestra es más que nada un nudo gigante, pues supongo que deberé hacerlo algo más extenso. Algo, sólo, porque nos quedará el tercer acto: como Violetta muere ante Alfredo podrida de tuberculosis, el final de esta semana tan intensa muere con un maratón turístico inolvidable. Empecemos.


I ACTO. El amo del calabozo

"Llegamos a un mundo fantástico
lleno de seres extraños.
El amo del calabozo
nos dio poderes a todos"

Sí, acabo de escribir los primeros versos de la canción del opening de Dragones y Mazmorras, y, por supuesto, no gratuitamente. Nuestro dragón se llama Katharina y, aparte de acostarse a las 11 y media todas las noches, so pena de sufrir un colapso en el cerebelo por el estrés que le provoca el cambio de hora, tiene otras extrañas costumbres. Los dragones acostumbraban a guardar tesoros: Katharina guarda balcones. Aún no le ha dado por ponerse a vigilar el water, pero todo se andará. Cuando una servidora intentó, el jueves pasado, pasar un segundo al balcón a tender la ropa, el malvado dragón rugió que se esperara un momento para pasar por su cuarto -trámite peligroso pero necesario-, puesto que estaba hablando con sus padres (sí, yo tampoco veo la relación entre una cosa y la otra, especialmente con el dominio fluido del alemán que Dios me ha dado y la comprensión hablada que de éste tengo).
La valerosa española intentó tender sus bragas de nuevo al cabo de un par de minutos. Lo siguiente que recuerda es el pelo rojo y cardado de nuestra estupenda teutona agitándose mientras su boca se abre: "No me gustas. ¡¡¡FUERA DE MI CUARTOOO!!!" Bueno. Nadie me chilla, y menos esta buena lagarta, así que la cosa se lió, el cerebelo de Katharina sufrió uno de sus extraños ataques y le dio por llamar a la casera. "La española me ha forzado a abrir el balcón, es mala, mala, mala". Claro que soy mala, y eso que aún no me he puesto a tender sujetadores, muajajajajaja.
A partir de ahí, claro está, la fiel escudera de nuestra valiente guerrera Tiendebragas y la propia guerrera (léase Mar y yo) desarrollaron un jugoso repertorio de bromas con El Dragón como protagonista. Una de ellas, la mejor, nació cuando volvíamos de Nápoles, ya en Roma, con un retraso de más de una hora del tren, un atasco de tres pares de narices en el autobús y unas ganas locas de darnos una ducha antes de ir a ver la ópera (a pesar de que llevábamos más de una hora de retraso, ejem). Suelto yo: "Con la suerte que tenemos hoy, seguro que cuando lleguemos está el baño ocupado por la alemana cagando todo lo que lleva atrasao". Y Mar: "Si lo está, la saco de una oreja y escribo con su sangre en la pared: caga luego, tengo que ir a la ópera". Esa frase ya quedará para la posteridad, seguro. Mar dice que intente decirle en alemán si me da el arco de fuego, o algo así. Total, al Amo del Calabozo no había que decirle mucho más y se estaba tranquilito...
Cuando llegamos a casa, por suerte o por desgracia, la alemana seguía con su estreñimiento y se había ido a aposentar su enorme trasero a otro lado. Mientras, la guerrera Tiendebragas y su fiel escudero...

Continuará

Sunday, May 06, 2007

Defíname Roma en una entrada, più o meno


Una de las fotos que podría resumir la esencia de Roma y del romano: al fondo, el monumento a Vittorio Emmanuele, el ínclito monarca que liberó Italia, junto con su ministro Cavour y la ayuda en Sicilia de Garibaldi, de la dominación de otro egocéntrico con aires de grandeza: Napoleón. Su descendiente, Vittorio Emmanuele III, entregó la misma orgullosísima nación a los fascistas y a un nuevo enano con ansias de dominación: Benito Mussolini, el Duce. Su descendiente moral, Berlusconi, se complacía en hacerse liftings mientras crecía la deuda de la población en relación al Estado del Bienestar. Todo tiene que seguir igual para que cambie, decía Tommaso di Lampedusa en El Gatopardo. Ya se ve que era italiano de pura cepa.
El monumento es demasiado recargado y autocomplaciente para mi gusto, pero no podría haber sido construido en ningún otro país del mundo. Se encuentra, además, en Piazza Venezia, el centro neurálgico de la Ciudad Eterna. Lo cual lo hace inevitable e ineludible, por suerte o por desgracia.
Y, en primer término, tenemos la monja o suora, en italiano, una figura muy presente en la vida cotidiana de los católicos y conservadores romanos. Si con decir que hasta los jóvenes votan a los Demócratacristianos... los comunistas, por su parte, parecen haber sido relegados al ostracismo. Aunque chissà...

La grandiosa y opulenta Ciudad Eterna


Ahí está él. Dorado, colosal. Por encima de los humildes descendientes de aquel Imperio omnipotente y terrible. Esto es poderío, y lo demás, tonterías.

Florencia, enero del 2007






Mi primera visita a la capital renacentista, cuna de Dante y sede central de la riqueza toscana, región que vio nacer a Leonardo da Vinci, entre otros, dio como resultado este par de fotillos. Faltan unas cuantas (las mejores las tengo en Roma, cómo no) así como un par de postales que acaban de resumir las maravillas culturales que se encuentran en este centro artístico de todos los tiempos.
En el siglo XIV, cuando ya empezaba a despuntar el Renacimiento en Europa (España aún tendría que esperar, como siempre) se empezaron a construir maravillas como Santa Maria del Fiore, más comúnmente conocida como el Duomo de Firenze, San Lorenzo, el Palazzo Pitti, Santa Maria Novella o el archiconocido Ponte Vecchio.

De aquella época son también las innumerables "Madonna col bambino" de Filippo Lippi, Botticelli, Giotto (éste último inscrito en el gótico más que en el estilo renacentista) y tantos otros artistas importantes presentes en la Galleria degli Uffizi. El guía de otro grupo nos explicó que la Madonna era, por supuesto, la Santa Madre Iglesia, mientras que Jesús no era Dios Todopoderoso, como cualquiera con dos dedos de frente pensaría, sino el Papa, reencarnación del apóstol Pedro en la Tierra. La Iglesia acuna al Papa con devoción, mientras que nuestro Jesusito nunca es tocado por manos maculadas de hombre adulto, sino por las largas y suaves manos femeninas de la Virgen (siempre rubia con ojos claros o dorados ¬¬) o bien por las de Giovannino, o Juanito para la familia; esto es, San Juan Bautista de pequeño. Sí, el mismo que de mayor sale en las pinturas caracterizado de jebiata, con los pelos revueltos y el pecho descubierto rollo el moreno de los Van Halen. También son obras del mismo periodo el Palazzo Vecchio, la Chiesa di Orsanmichele y la Piazza della Signoria, puente entre el pasado y mi humilde objetivo fotográfico actual; sitio encantador donde los haya en el cual se reunían los Medici a envenenar, chantajear y/o pagar a sus numerosos artistas mantenidos o a sus enemigos (o a todos a la vez, ya vemos que el veneno estaba bastante extendido antes de los hispánicos Borgia). Menos mal que llegó Lorenzo el Magnifico y puso un poco de paz. Por poco tiempo.
La primera foto es del albergue donde residí la noche del sábado al domingo: Villa Camerata. Se trata, como su nombre indica, de una villa del siglo XVII restaurada para turistas pelmas como yo, donde habían instalado hasta una pequeña sala de televisión. Por fortuna, me fui en pleno enero, con lo cual estaba vacío, limpio y silencioso. La única pega era su lejanía del centro: una calle llamada Augusto Righi a un par de quilómetros de Santa Maria Novella, la iglesia que da nombre a la principal estación de tren.



Esta foto corresponde al Duomo, la cuarta catedral del mundo por dimensiones, que fue inaugurado en 1436. Se aprecia la hermosa cúpula de Brunelleschi y un poco de la impresionante fachada con incrustaciones de malaquita, mármol blanco y mármol rosado. Vika, mi compañera de cuarto, cuando lo vio por primera vez, susurró emocionada que era el edificio más bello que había visto nunca en su vida. Incluso más que el todopoderoso San Pietro en el Vaticano.

De todas formas, sería demasiado largo describir la fachada en todos sus detalles y en la religiosidad intrínseca a su fisionomía, pero el encanto de las bóvedas azuladas tachonadas de estrellas de cinco puntas en pan de oro no lo tienen las barrocas (y también indeciblemente bonitas) iglesias romanas. Unas son el esplendor y la opulencia del Imperio Apostólico Romano, hechas para intimidar. Las otras son la estética renacentista llevada a su pureza prístina. Es fácil imaginarse a Dante Alighieri, admirando embelesado frente a su Duomo (y también muy orgulloso, por qué no) las formas armoniosas de la disposición de los santos y el Pantocrátor, con los dedos manchados de tinta, mientras confunde el azulón del cielo con los ojos de Beatrice y el gris de la calzada con la barba de Virgilio, a la vez que suenan de fondo los versos de Petrarca, su igual en la lírica (paréntesis: todas las tías bellas de aquella época debían ser rubias con ojos azules, así que ya tenemos Beatrice y Laura con rasgos nórdicos... porca donna angelicata de las narices ¬¬).

El campanario del Duomo, desde una perspectiva muy turística. La foto está sobreexpuesta (aparte de mi poca pericia, el revelado en Italia es muy barato, pero deja bastante que desear en cuanto a calidad) pero se puede apreciar la belleza del mármol blanco, predominante, y algunas de las molduras, que en la fachada principal se forman mediante pedazos pulidos de piedras semipreciosas y pan de oro.


Imitador de Dante Alighieri, semejante a las estatuas que podemos encontrar en Ramblas, al lado de Piazza della Signoria.






Nueva (y más clásica) perspectiva del Ponte Vecchio, visto desde una de las ventanas de la Galleria degli Uffizi, al atardecer.

We love Italia 2


Un escaparate de una tienda cualquiera, en Florencia. Iba a pasar de largo como con los demás, cuando me percato de que hay varias fotos de lo que parece una negra desnuda cubierta de espaguetis, que un hombre (viejo, con pinta de viejo verde)se dispone a engullir.
En medio, un texto, cuya traducción sería:
"La suerte en un plato insólito. ¡¡De acuerdo con un grandísimo respeto por la naturaleza y con el triunfo de ésta!! Evitando: las falsas, venenosas tradiciones. Obteniendo: ¡¡sabor en armonía real!!"
La traducción no es exacta, pero vamos... Güi lof Itali, qué leches.

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Thursday, May 03, 2007

Una pausa

Forzada, sí, pero pausa al fin y al cabo. Gracias a la mononucleosis (no pondré "por culpa de", hay que ser positivos) he vuelto a Barna a curarme las plaquetas de pus, los ganglios y todas las demás porquerías que la enfermedad ha tenido a bien a regalarme. He tenido momentos a lo perro pulgoso muy majos - "aaarrgh, no puedo hablaaaar" "¿qué has dicho?" "que no puedo hablaaar" "¿que no puedes qué?"-, y me he hinchado a alcachofas en su forma líquida, sólida y diría que hasta gaseosa, si me apuras, gracias a mi hígado.
No es grave, no. Pero puñetera un rato, la joía. Primero, por cómo se transmite. La saliva está en todas partes. En TODAS. Y no es que yo sea malpensada y crea que la gente va lamiendo las cosas... cada uno sabrá dónde pone la lengua. En fin, los vasos, que en Italia están muy sucios, fíate tú...
Una vez que ha entrado la saliva infectada en el cuerpo sano (el modo en que lo hace es cosa de cada uno, evidentemente) el virus de Eipsten Barr, que es el que desarrolla la enfermedad (primo del herpes zóster, otra enfermedad cabrona pero inocua) te hincha los ganglios, dejándote bella como el culo de una camella, te sube la fiebre a unos 39-40 grados para que no pases frío, te deja la garganta como una superficie lunar llena de pus y si como yo tienes tendencia a ello, te ataca el hígado, con lo cual te acaba de pulir el look con unos ojos amarillo limón fascinantes, provocado por el aumento de la bilirrubina y unas cosas que nadie sabe que existen hasta que suben y por lo tanto dan por culo, llamadas trasalminasas.
Bueno. Como se puede ver, no es tan terrible. Es, como dije, puñetero. Cuando te obliga a estar una semana entera viendo la tele y leyendo revistas de cotilleos, empieza a ser coñazo. Coñazo máster, vamos. Me he visto hasta el videoclip de Christian, cosa que no le recomiendo a nadie. Aunque también me ha dado tiempo de ver el videoclip de The White Stripes para The Denial Twist, hecho por Michael Gondry, al que hacía bastante tiempo que quería echarle el ojo.
Y me he adelgazado. No muchísimo, no caerá esa breva. Pero no hay mal que por bien no venga.

Qué aburrimiento, señor. Si hasta estoy posteando por postear con cualquier chorrada...

Tuesday, April 10, 2007

¡Mi vida por una carta, albricias!

Recáspita, recáspita, recáspita. Soy una inmigrante ilegal. O, mejor dicho, era. O, mejor dicho, intenté dejar de serlo, sin resultado. O, mejor dicho, era, intenté dejar de serlo y no me dejaron. Lo dicho: recáspita.
Todo empezóse en una comisaría italiana, donde en teoría una debía ir a por su Carta di Soggiorno. Para ello, debía mostrar presteza, velocidad y diligencia una vez llegada a tan grandiosa nación (reconozco que la única diligencia que he desarrollado últimamente ha sido la de pasear mi culo redondeado a golpe de pizza por toda la ciudá, mea culpa) para conseguir el mentado documento, con el objetivo de laborar en esa fermosa bota también llamada Italia, también llamada Venaquíquetepatearéelculo, también llamada Checazzofai, con el objetivo de labrarse un futuro en un país de la Unión Europea, ese aún más fermoso, bello e impresionante organismo político, que garantiza seguridad a sus miembros así como facilidad de trabajo. Facilidad. Son cachondos, los tíos.
La comisaría era el sitio equivocado, cómo no. Yo era miembro de la UE, qué narices hacía allí, sin duda me habían informado mal. Debía ir al comissariato centrale, donde me esperaba una cola de quilómetro (no es una frase hecha) o en su defecto, pedir una cosa llamada Ticket Blue en una Oficina de Correos. Bueno, pensé, iré a Correos. Si total, ya somos amigos, casi me quedo a dormir en la cola por mandar un par de postales, qué más dará un par de horitas más.
Así pues, mi epopeya pseudopolítica continuó en mi estupenda centralita de correos, a un par de minutos de mi casa. Qué sillones, qué techos, qué manchas de humedad. Arte posmodernista, sin duda; miel para mis ojos. Por no hablar de los bienamados empleados, crème de la crème, gloria entre los gloriosos, rápidos entre los rápidos.
Una hora y tres análisis de manchas después es mi turno: el buen hombre que ha atendido con amabilidad a una mujer mayor con el acento de Alessandro Lecquio con dolor de muelas mientras mastica mozzarella, me mira con el ceño fruncido por mi acento spagnolo. Bocalizo. No me entiende. Vuelvo a bocalizar. Tiiiiiiicket Bluuuuue. Se supone que son palabras inglesas, pero no domino todavía muy bien el acento italiano cuando se habla inglés; se ve que si lo dices a la inglesa no se cascan. Pero qué más da, por fin lo he conseguido. El susodicho Ticket Blue consiste en un sobre con unos papelajos dentro que tengo que rellenar con mis datos (hijos y marido, uhm, aprovecharé para rellenar el de marido con el nombre de mi querido Tío Vicente) así como una maravillosa casilla en la que elijo: ¿quiero el Ticket Blue para trabajar? ¿Para estudiar? Para trabajar, me digo.
Bien, me mandan a la oficina del fondo. Me estudio las dos manchas de humedad que quedan mientras espero. Aún así, no ha habido suerte: tengo que ir a la Oficina de Correos del barrio pijo, el EUR, donde tienen una ventanilla especial para mi caso. Empiezo a tomar complejo de pelota de goma.
Continuóse mi epopeya. Me planto en el EUR escuchando a Engendro. ¡Albricias, hallado lo he! Un edificio enorme, de mármol, enfrente de un aparcamiento lleno de cagadas de caniche. Nuevos ricos, me digo. Deberían aprender de Laporta, que no tiene caniche. Me empiezo a entrenar mentalmente tarareando la mundialmente famosa cancioncita de los elefantes que se balanceaban o se columpiaban con leche o con cerveza o con cuatro porros como Puff, el dragón mágico, que en realidad todo Dios sabe que no era un dragón sino una alucinación provocada por la droga cantada por el representante de una generación americana desencantada por la sordidez de la sociedá yanki (y con pocas ganas de currar). Llego. Miro al techo; no hay manchas de humedad. Mierda, me aburriré mucho.
Una hora después es mi turno. La amable señora de la ventanilla con la cara y la donosura indescriptible de Paquirrín me informa, muy amablemente, de que no era necesario esperar porque no hacía falta que hiciera cola y que deprisa, por favor, que no tiene todo el día. Con el estado de ánimo que se puede esperar, le enseño mis papelajos. Sí, soy española. No, no he hecho fotocopia de todas las páginas del pasaporte. Sí, encuentro estúpido hacerle fotocopia a la última página, más que nada porque es una tapa de cuero. Aún así, y como soy el equivalente femenino de un calzonazos (y, sobre todo, porque necesito el documento) voy a hacer las fotocopias consolándome diciendo que la estupidez es universal.
La copistería está cerrada por reparaciones, hasta que llega un señor italiano mayor con pinta de ricachas y las máquinas se arreglan misteriosamente. Cuando yo pregunto, el dueño me indica que se han vuelto a romper, inexplicablemente. Maldigo mis pintas de friki que no me dejan hacer fotocopias en el barrio de los caniches cagones. Voy a una papelería pijísima de la muerte, donde hay una familia filipina con cuatro niños haciendo fotocopias de los pasaportes de todos, mientras cuatro pijos de mi edad con bolsos y camisetas de Benetton se quejan de lo mal que va el tráfico en Roma (estoy de acuerdo con los pijos; definitivamente, esto está acabando conmigo). Me salen raíces esperando, obviamente. Encima, la fotocopiadora es autoservicio, tanto, que nadie de la tienda te sabe dar razón de cómo funciona. Te autosirves y encima te autojoden. ¡Es la autarquía total! ¡Chachiguay!
Finalmente, lo tengo todo. Paquirrina me revisa severamente los documentos. Le expongo mis dudas: quiero trabajar aquí, para eso me estoy haciendo la Carta, pero nunca lo he hecho antes. ¿Carta de estudio o de trabajo? le explicito con mi más exquisita educación. Se ve que además del aspecto, la muchacha tiene el mismo nivel de estudios que el hijo de la Pantoja y no lo sabe. Me da un teléfono al que debo llamar. Llamo. No existe. Vuelvo a llamar. Sigue sin existir.
A estas alturas soy como Belén Esteban sin su dosis de insulina. Me cabreo. Mucho. La mujer me arregla el documento ella misma. Todo está en orden. Por tan estupendos servicios, debo pagar a la Administración 30 fermosos euros. Sé que van a ir a parar todos al enésimo jacuzzi de Berlusconi. Espero que una burbuja se le introduzca por el ano y le salga por la boca.
Sólo una palabra final: rererecáspita con la Administración italiana.

Friday, April 06, 2007

We love Italia


Lo prometido es deuda.

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Florencia, un domingo de enero del 2007


Vista del río Arno con el Ponte Vecchio al fondo, tomada la primera vez que fui a esta hermosa ciudad renacentista. Lo mejor, la gente descansando en primer término, como todo buen italiano católico hace la domenica (el domingo). Igual están pidiendo una "hoha-hola hon hanuccia" que en italiano estándard sería "una coca-cola con canuccia", oseae, una coca-cola con pajita, aunque el dialecto toscano se caracteriza por pronunciar la c inicial de las palabras muy aspirada, como la h en inglés.

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