Cellar Door

Tuesday, January 23, 2007

Belleza

Ver la belleza que nos rodea no es fácil. Somos la carne imperfecta que desciende de aquellos monos subdesarrollados que un día decidieron bajar de los árboles y erguirse grotescamente a dos patas. Este hecho, en un principio antinatural, pesa en nuestra concepción del mundo ineludiblemente. Y a pesar de todo, a pesar de ese paso extraño y sin vuelta atrás, no nos hemos quitado de encima la arrogancia, la violencia y los instintos animales del susodicho primate, pensando que somos la mejor y más perfecta creación que en el mundo ha sido. Aunque, por suerte, hay veces que todo ese peso atávico, vetusto y sórdido trasciende los límites de lo cotidiano, de los pasos deslavazados del simio por la senda de los errores. Hay veces que realmente parece que tocamos la perfección con la punta de los dedos. Y ocurre lo que me ha sucedido hoy a mí.
Como el contorno perfectamente torneado de una gota de lluvia, como las sinapsis cerebrales que me permiten ver aquí y ahora la pantalla de este ordenador, lo que hoy he visto parece existir más en cuanto a abstracción humana (un sueño en una tarde de domingo especialmente aburrida, cuando la luz plomiza nos atonta y la mano empieza a transformarse en un amigo extraño) que a ente puramente real.
Pero era ella, estoy segura. Hoy la he visto, expresada y solidificada mediante las formas puras, brillantes y hermosas que conforman la plaza de San Pietro y el propio templo. Hoy he entendido en toda su extensión el significado de la palabra “belleza”, porque la he respirado, atontada por el golpe.
Yo era y no era belleza. Por una parte, mis manos y mi cuerpo sucio, sudado y lleno de defectos, frío y agarrotado, estaban allí, trémulos, para contemplar la cúpula, las columnas, el patio, el obelisco, las estatuas, los arquitrabes, las molduras, las luces reflejadas en el mármol, las inscripciones, los arcos, la magnificencia del conjunto. Comprendí, en medio de la emoción que me embargaba, que yo era un miembro de la raza humana: una raza tan maravillosa, tan absolutamente dueña de la percepción abstracta, de la pureza de las formas y de la verdad de la estética como para crear semejante obra de arte. Por otra parte, y con la misma fuerza (una intensa luz resalta con más fuerza las sombras), era yo, simplemente yo, Arantza, la chica alta corriente y moliente; con algunas virtudes, sí, pero a la vez llena de mezquindades y multitud de imperfecciones, tanto por dentro como por fuera.
Esa mezcla es la que se encontró, dudosa y cansada, un día de enero en la plaza de San Pietro. Eran las siete de la tarde, pero podrían haber sido las tres de la mañana: mis ojos estaban profundamente saturados de belleza y no hubieran podido cerrarse aunque hubieran querido. El aire parecía lleno de expectación, los espacios perdían fuste y todo parecía ser colosal, pero proporcionado; rígido, pero etéreo; lejano, pero luminoso. No soy católica y creo que a estas alturas nunca lo seré, y sin embargo en todo aquello había un aspecto de verdad innegable: somos Dios. Cómo se entienda a Dios, ya es otro tema muy complejo y muy personal. Pero tanta belleza no puede existir en vano. Sencillamente, no puede.

3 Comments:

At 1:32 PM, Anonymous Anonymous said...

Me estás dando MUCHA envidia... :(

Y me enamora tu manera de mirar el mundo :) En esta entrada me has recordado a Ricky Fitts.
Un bacio,
Laura

 
At 12:58 PM, Anonymous Anonymous said...

No fue Bernini, fue Chuck ;-P

 
At 9:34 AM, Blogger Roadmaster said...

Actualiza, coño.

 

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