Cellar Door

Thursday, August 09, 2007

¿Recuerdas?

Fuiste generoso. Tu boca pronunciaba aquellas palabras, aquellas palabras que nunca habían flotado y explotado y calado contra mi alma en todos los eones tristes que caminábamos por la Tierra, separados; aquellas palabras que la gente desgasta, que se vuelven marrones de puro sobadas y rezuman melancolía y cotidianeidad, como los tapetes del sofá de los que nadie se acuerda, o como la melodía de un telediario sin noticias. O como yo misma cuando tengo un día corriente, de los que adora tener la gente corriente, recorriendo pasillos encerados de gris para no llegar a ninguna parte.
Y sí, increíble, inexplicablemente, tu mirada continuaba el caminito brillante y etéreo que había trazado la onda de aquellas inmensas, frágiles y -según se mire- incomprensibles palabras, mientras buceabas en la sombra de mis pestañas y las arrugas de mis párpados (te dije que tenía arrugas y no me creíste, ¿te acuerdas?) y lo que debías pensar que era mi cuerpo iluminado por la radio de la macchina, pero que en realidad era un conjunto de moléculas luchando por mantenerse en estado sólido. ¿No oías como luchaban por derretirse?
Me observaste con aquel puntito verde que se reflejaba a veces -sólo a veces, como la radiación de un cometa, o como el murmullo de una cigarra herida, yo qué sé- en tu pupila, abriendo los ojos, así, grandes, mientras recorrías con la yema de tus dedos el pequeño nervio que se me forma en la mano izquierda cuando estoy tensa y que parece el único punto de anclaje en mi mano escurridiza.
Y es entonces cuando me di cuenta de que debía contestarte con las mismas palabras, porque lo pedía mi garganta, mi cuello, mi cuerpo entero, y los nudos invisibles que lo rellenaban con grillos y hormigas que cosquilleaban, nerviosas. Sabes que lo queremos decir, lo sabes. Just do it. Just-do-it!
Y así lo dije, y tú lo repetiste, y yo lo repetí de nuevo como el muñeco de palo de una fábrica de títeres con el corazón de brasa, en un oscuro recodo del río, mientras la luna (siempre la luna observa a los amantes, ¿no es así?) asomaba el pico de mármol por entre las nubes, con la severidad del titiritero que va a lanzar a la hoguera a sus muñecos. Lánzame, le imploré. Lánzame, no me importa el fuego. Lánzame aunque luego el fuego me siga, traicionero, susurrándome con su quejido de hojas por qué me he quedado sola.


Comunque, te dije lo más importante. Y tantas cosas me quedaron por decir.