Cellar Door

Tuesday, June 05, 2007

Caga luego: ahora tengo que ir a la ópera (II)



Segundo acto. Nápoles y Pompeya (I)



Nápoles. Una plaza sucia, en obras, con la estatua del famoso Garibaldi erguida mirando al cielo entre los cascotes de yeso. Con calles y más calles reventando de coches que pasan gimiendo entre las rayas del paso cebra, borradas como huellas antediluvianas. Con callejuelas donde anidan las culebras camorristas (mis órdenes: no adentrarse si eres una chica, y menos si eres despistada, y si eres joven, peor, y si vas sola, oh, entonces ni preguntes lo que te puede pasar; peor la camorra que la mafia, sin duda). Con soles repetidos en cada esquina, en cada sombra ardiente; con árboles chiquititos pero verdes, verdaderos supervivientes entre el humo de los innumerables coches.

Continuamos andando después de nuestro pedazo de tortilla de patatas. El polvo y el vapor de agua se levantan hacia el cielo caliente. La gente sonríe con frecuencia y parece más joven, menos apesumbrada que en Roma. Y los pneumáticos rechinan en torno a ellos; el sol les envuelve con su manta de calor, inclemente. Ellos deben llevar un sombrero invisible, por lo que parece, pero yo no ceso de entornar los ojos.

Cada centímetro de las calles se encuentra cubierto por un vehículo velocísimo, que parece comerse la amplitud de la calzada, tal y como la lechuza se come y luego regurgita al ratón: rápido, rápido, rápido. La gente que camina por las aceras, sin embargo, es distinta: son jóvenes, guapos, viejos, ricos o pobres, pero da igual: caminan con suavidad, ritmo, ligereza. Casi parece un mundo paralelo: la civilización fea y contrahecha en medio de la calzada; los espíritus del primate salvaje y puro, por las aceras. Sonriéndose unos a los otros.

Al final de la vía Umberto I, también cubierta por motores, se encuentra el Castel del'Uovo, imponente al lado del mar. Aquí también hay obras, vapores, polvo y barro; trabajadores sudados que te miran remotamente entre pedazo y pedazo de panini. El castillo, en cambio, muestra su piedra y su mármol pulido, desnudo; hasta parece fresco. Una marca de catapulta rompe la límpida fachada lateral.

El interior no tiene demasiado que ofrecer. Algunos pintores de la Edad Media, no demasiado importantes ni buenos, por lo que se puede deducir de los pocos frescos expuestos, ocupan la pequeña sala del primer piso. En otra habitación, alguna exposición de arte moderno pintada por la gente del barrio, bastante infumable en general. La Sala de los Barones, donde los napolitanos, hartos del dominio del rey Fernando de Aragón, hicieron una conjura para derrocarlo.

Hagamos un pequeño inciso: es un hecho que el resto de Italia dice que los napolitanos son raros. Estuvieron bajo el dominio español durante varios siglos, y así se constata en su lengua, el napolitano ( io tengo, en vez de io ho, como debería ser según el italiano estándar, por ejemplo), así que no debe extrañar que lo sean. Hasta jugaban a subirse a los monumentos, como hacemos nosotros cuando el Barça gana la Champions, o cuando el Madrid gana la Liga, o cuando el Madrid no gana, o cuando el Barça debería haber ganado pero no llegó, o cuando nos emborrachamos (sobre todo cuando nos emborrachamos) o cuando nos sale de lo que comúnmente se llama cojones. Lo extraño es que no hayan descubierto aún el calimocho, pero el día en que lo descubran... tiembla, Pocholo. Dejo inciso.

Lo más destacable de Nápoles es, sin duda, el Museo Arqueológico Nacional, el más importante de toda Italia según la guía. La mayoría de frescos, pinturas y mosaicos que se extrajeron de ese negativo en lava que es Pompeya se conservan aquí. Algunos son obras de arte(¿sanía?) incomparables; te dejan como te debe de dejar ver los detalles del pistilo de una flor a 10000 aumentos: tantas piezas diminutas tan concienzudamente encajadas marean. Cada piedrecita podría ser la neurona del cerebro de nuestra alemana favorita, chiquitita y sola, perdida en medio de un mar de grisáceo cemento. Los frescos son también de gran calidad, con predominancia del rojo sangre. Pompeya debió tener el aspecto de un gran incendio antes de quemarse de verdad a causa de la lava. En cuanto a nosotras, no pudimos visitar los de la Villa de los Misterios, al igual que nos quedamos sin ver Herculano. Me faltan piernas, brazos y fuerza para verlo todo.

Pero lo mejor del museo, sin duda, fue la habitación prohibida: multitud de penes voladores dentro de otros penes con pequeñas patas en forma de... (sí, qué listos sois) te dan la bienvenida con sus poderes mágicos para favorecer la fertilidad; príapos a cual más dotado decoran las paredes, frescos del lupanare o burdel de Pompeya (con poca imaginación, todo hay que decirlo), documentos de autorización para entrar con las firmas de los morbosos del siglo XVII y estupendos falos decorativos para poner en el quicio de la puerta. Después de estar caminando durante más de veinte minutos, no está nada mal. En la leyenda indicaban que, hasta descubrir este tipo de bagatelas, se pensaban que los romanos poseían una moral intachable. Los Papas se las daban de inocentones; en comparación con las perversiones que llevaron a cabo a lo largo de los siglos, el lupanare de Pompeya es un capítulo de Candy, candy.

Y después de nuestra instructiva inmersión en la Roma del siglo III, vuelta a la estación, tan rápido como las renqueantes máquinas, para llegar a nuestro albergue de juventud, allá lejos, en Pompeya; a tiempo para la cena, o eso pretendíamos. Ésta consistiría en una impresionante pizza napolitana, por supuesto.



Continuará...